El trastorno por déficit de atención e hiperactividad (TDAH) es un problema de origen neurobiológico inusualmente bien conocido por los padres: frecuentemente se les atribuye (a veces con razón y otras sin ella) a los chicos inquietos, que actúan sin pensar en las consecuencias, que dejan actividades sin terminar, parecen no escuchar, se distraen con facilidad y tienen dificultad para concentrarse en el trabajo escolar.
Pero aunque suele identificárselo con la hiperactividad, un trabajo de investigadores argentinos que acaba de publicarse en la revista Journal of Attention Disorders ilumina una cara menos conocida del mismo problema cuando persiste en la adolescencia o en la adultez: la apatía o la falta de motivación.
"Cuando los chicos crecen, muchas veces desaparece un síntoma que es el que más «ruido» hace en la infancia: la hiperactividad, la conducta agitada, que lo hace muy visible", explica el doctor Fernando Torrente, jefe de terapia cognitiva del Instituto de Neurología Cognitiva (Ineco), director de la carrera de Psicología de la Universidad Favaloro y primer autor del trabajo.
"Pero la desatención y la impulsividad [dificultad para planificar] y otras conductas más sutiles, como cambios repentinos de plan, desorganización del pensamiento en el momento de ejecutar acciones cognitivas [no detenerse a pensar, conducta errática] y motoras [pelearse, tener reacciones explosivas] continúan. Lo que nosotros planteamos es que hay más que esos aspectos: el TDAH también puede presentarse con falta de motivación. Tanto déficit de motivación intrínseca, que es la generación interna de interés en la búsqueda de una meta, como extrínseca, que es la capacidad de realizar esfuerzos para un logro posterior, a largo plazo. Y eso tiene un enorme impacto en el área educativa y laboral."
Sin iniciativa
La motivación es la capacidad que tenemos de generar, iniciar y sostener una actividad que demanda esfuerzo movidos por el interés o por el logro de un objetivo. Lo contrario es la apatía; es decir, la falta de iniciativa o lasitud en el mantenimiento de los esfuerzos a lo largo del tiempo, la dependencia del entorno para realizar tareas.
La motivación es la capacidad que tenemos de generar, iniciar y sostener una actividad que demanda esfuerzo movidos por el interés o por el logro de un objetivo. Lo contrario es la apatía; es decir, la falta de iniciativa o lasitud en el mantenimiento de los esfuerzos a lo largo del tiempo, la dependencia del entorno para realizar tareas.
Los científicos estudiaron con toda una batería de tests neuropsicológicos a 38 pacientes con TDAH y los compararon con 30 individuos de control. Entre los primeros, observaron un importante nivel de apatía. Este efecto fue aún más notorio en un subtipo del trastorno denominado "puramente inatento", que no presenta hiperactividad, y estos valores se relacionaron a su vez con un funcionamiento intelectual más pobre y déficits cognitivos más acentuados.
"Este trastorno presenta una gran paradoja clínica -explica el doctor Facundo Manes, director de Ineco y del Instituto de Neurociencias de la Fundación Favaloro, además de coautor del trabajo-: si bien es el problema más comúnmente diagnosticado en la infancia [a tal punto que hay quienes sostienen que se sobrediagnostica en un número importante de casos]; en la adolescencia y en la adultez, ocurre exactamente lo contrario, suele pasar desapercibido. Sin embargo, existen estudios confiables que muestran que más de la mitad de las personas diagnosticadas de manera certera en la infancia siguen presentándolo en la adultez."
El dato no es menor, porque entre quienes lo padecen en la adolescencia y en la adultez se asocia con enormes problemas en el rendimiento académico y laboral. Por el contrario, cuando se realiza un correcto diagnóstico y se ofrece un tratamiento adecuado, las posibilidades de mejorar el funcionamiento de estas personas se amplían notablemente, según explica el especialista.
"En el tratamiento del TDAH, también se daba una paradoja difícil de resolver, porque si bien estos pacientes tienen conductas exacerbadas, responden muy bien a estimulantes -reflexiona Torrente-. Nos preguntábamos por qué los estimulantes funcionan bien en alguien que está «acelerado». Sin embargo, este estudio lo explicaría: al aumentar la dopamina, estamos mejorando la motivación de los pacientes. Por otro lado, los tratamientos psicoterapéuticos hacen mucho hincapié en corregir esa frustración aprendida, y también dan buena respuesta. Por las dos vías se puede hacer mucho por estas personas."
"Además de sus implicancias conceptuales, este trabajo es alentador en el aspecto terapéutico -coincide Manes-. Si la motivación está involucrada en parte de las dificultades atribuibles a este trastorno, la posibilidad de mejorar el rendimiento aumentando la motivación se convierte en una hipótesis plausible. Dado que desde el punto de vista psicológico y social la motivación depende de la sumatoria de aprendizajes exitosos a lo largo de la vida y de la influencia del entorno, estos resultados sugieren que los tratamientos psicológicos de tipo cognitivo-conductual utilizados para estas dificultades también pueden ser útiles para aumentar la motivación en estos pacientes a lo largo del tiempo."
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