Las personas somos en esencia seres sociales, que requerimos de vínculos estables y positivos para desarrollarnos adecuadamente. Es normal en nuestra manera de ser y actuar, que nos acerquemos a otros para coordinar acciones de beneficio común y poder operar en comunidades (pareja, familia, empresa, universidad, etc.)
Aunque esa influencia ocurre a lo largo de toda la vida, puede notarse que unas personas parecen tener mayor efecto sobre otras. Hay quienes logran más atención o ganan cooperación más fácilmente. Otros, por el contrario, resultan ignorados, subestimados o rechazados y tienen dificultad para reclutar colaboradores que los apoyen en el logro de sus objetivos.
¿Cuál es el factor esencial para lograr que otros nos escuchen y sigan nuestras palabras con poca o ninguna resistencia? Resulta evidente que son varios los factores, pues las personas son inspiradas o estimuladas por el carisma, los beneficios que obtienen de sus conductas, por costumbre, sentido del deber, intimidación o culpa. Sin embargo, uno de los más poderosos recursos con los que cuenta cualquier persuasor, es el Poder del Ejemplo.
En el contexto del hogar, se ha dicho que los hijos no escuchan consejos sino que más bien siguen ejemplos. Esto significa que más que escuchar, observan y asumen como legítimas y adecuadas de seguir, las conductas que sus padres manifiestan y no aquellas que de manera repetitiva y cansona les exigen verbalmente.
En las empresas la situación no es muy diferente: Resulta ridículo que un jefe impuntual y conflictivo pretenda exigir a sus empleados comportamientos que él mismo no puede mostrar. Una anécdota humorística cuenta que un jefe nuevo del tipo regañón, exigió a sus empleados a cumplir sus órdenes al pie de la letra y ser respetuosos de la autoridad. Y como para que nunca lo olvidaran, colgó un enorme cuadro en la pared de la oficina que tenía escrito en letras grandes: “Aquí mando yo”. Los empleados laboraron atemorizados y disciplinados durante un par de semanas, pero una tarde el jefe notó muestras de anarquía y desobediencia. Pensó que debía hablarles, y justo cuando pensaba llamar a una reunión para poner “las cosas en su lugar”, su asistente le dijo:”Jefe, hace más de una hora llamó su esposa y le dejó dicho que por favor no olvide regresarle su cuadro”. Desde ese día, nunca más logro ganarse el respeto de los empleados. Se le veía como un dominador dominado, cuyo ejemplo distaba mucho de su acción diaria.
Confucio, sabio chino, dijo hace más de 2.500 años: “Pobre de aquel cuyas palabras sean mejores que sus actos". Es decir, unifica lo que dices y haces. Para Albert Einstein “dar ejemplo no es la principal manera de influir sobre los demás, sino la única manera. También Morris West se pronunció sobre este tema y dijo que “el ejemplo es la lección que todos los hombres pueden leer”. Y como una precaución sobre las inconsistencias entre palabras y acción, Madame de Maintenon señaló que “Nada tan peligroso como un buen consejo acompañado de un mal ejemplo”.
Predicar con el ejemplo no es un reto sencillo, pues dejarse llevar por los malos hábitos, las influencias del ambiente y las múltiples tentaciones resulta demasiado fácil. Sin embargo, resulta decepcionante ver políticos, maestros, sacerdotes, médicos, terapeutas, deportistas y otras figuras consideradas ejemplares, destruir el brillo de sus prédicas con comportamientos que en muchos casos pueden considerarse incongruentes, inmorales o cuestionables. Y no me refiero aquí a errores circunstanciales ni a conductas eventuales producto de la debilidad emocional, sino a formas de proceder frecuentes, maquiavélicamente planeadas y descaradamente justificadas. Cualquiera que desee hacerse respetar y que pretenda influir en otros, tiene la exigencia filosa de alinear hacer y decir, y de responder a su rol social.
De manera que para encontrar eco, apoyo, credibilidad, debe recordarse que a veces el ruido de los hechos no permite que se escuche la música de las palabras. La búsqueda de la coherencia, puede ser una posibilidad, una ruta, una llave hacia la influencia positiva.
Aunque esa influencia ocurre a lo largo de toda la vida, puede notarse que unas personas parecen tener mayor efecto sobre otras. Hay quienes logran más atención o ganan cooperación más fácilmente. Otros, por el contrario, resultan ignorados, subestimados o rechazados y tienen dificultad para reclutar colaboradores que los apoyen en el logro de sus objetivos.
¿Cuál es el factor esencial para lograr que otros nos escuchen y sigan nuestras palabras con poca o ninguna resistencia? Resulta evidente que son varios los factores, pues las personas son inspiradas o estimuladas por el carisma, los beneficios que obtienen de sus conductas, por costumbre, sentido del deber, intimidación o culpa. Sin embargo, uno de los más poderosos recursos con los que cuenta cualquier persuasor, es el Poder del Ejemplo.
En el contexto del hogar, se ha dicho que los hijos no escuchan consejos sino que más bien siguen ejemplos. Esto significa que más que escuchar, observan y asumen como legítimas y adecuadas de seguir, las conductas que sus padres manifiestan y no aquellas que de manera repetitiva y cansona les exigen verbalmente.
En las empresas la situación no es muy diferente: Resulta ridículo que un jefe impuntual y conflictivo pretenda exigir a sus empleados comportamientos que él mismo no puede mostrar. Una anécdota humorística cuenta que un jefe nuevo del tipo regañón, exigió a sus empleados a cumplir sus órdenes al pie de la letra y ser respetuosos de la autoridad. Y como para que nunca lo olvidaran, colgó un enorme cuadro en la pared de la oficina que tenía escrito en letras grandes: “Aquí mando yo”. Los empleados laboraron atemorizados y disciplinados durante un par de semanas, pero una tarde el jefe notó muestras de anarquía y desobediencia. Pensó que debía hablarles, y justo cuando pensaba llamar a una reunión para poner “las cosas en su lugar”, su asistente le dijo:”Jefe, hace más de una hora llamó su esposa y le dejó dicho que por favor no olvide regresarle su cuadro”. Desde ese día, nunca más logro ganarse el respeto de los empleados. Se le veía como un dominador dominado, cuyo ejemplo distaba mucho de su acción diaria.
Confucio, sabio chino, dijo hace más de 2.500 años: “Pobre de aquel cuyas palabras sean mejores que sus actos". Es decir, unifica lo que dices y haces. Para Albert Einstein “dar ejemplo no es la principal manera de influir sobre los demás, sino la única manera. También Morris West se pronunció sobre este tema y dijo que “el ejemplo es la lección que todos los hombres pueden leer”. Y como una precaución sobre las inconsistencias entre palabras y acción, Madame de Maintenon señaló que “Nada tan peligroso como un buen consejo acompañado de un mal ejemplo”.
Predicar con el ejemplo no es un reto sencillo, pues dejarse llevar por los malos hábitos, las influencias del ambiente y las múltiples tentaciones resulta demasiado fácil. Sin embargo, resulta decepcionante ver políticos, maestros, sacerdotes, médicos, terapeutas, deportistas y otras figuras consideradas ejemplares, destruir el brillo de sus prédicas con comportamientos que en muchos casos pueden considerarse incongruentes, inmorales o cuestionables. Y no me refiero aquí a errores circunstanciales ni a conductas eventuales producto de la debilidad emocional, sino a formas de proceder frecuentes, maquiavélicamente planeadas y descaradamente justificadas. Cualquiera que desee hacerse respetar y que pretenda influir en otros, tiene la exigencia filosa de alinear hacer y decir, y de responder a su rol social.
De manera que para encontrar eco, apoyo, credibilidad, debe recordarse que a veces el ruido de los hechos no permite que se escuche la música de las palabras. La búsqueda de la coherencia, puede ser una posibilidad, una ruta, una llave hacia la influencia positiva.
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