Quiero expresar mi saludo a un gran amigo, quien el 8 de diciembre celebró un año más de su Ordenación Sacerdotal. Justamente los ajetreos de los que hablaré luego, me hicieron olvidar fecha tan importante. No puedo dejar pasar un día más, sin resaltar la gran labor que realizan nuestros sacerdotes y en especial Padre Edwin, pues verlo día tras día salvar almas, encaminarlas o convertirlas, ha hecho que no cese de admirarlo. Ello pese a su estado y su fortaleza para derribar cualquier roca que impida su labor.
Antes, hace unos días leí un artículo muy interesante en Catolinet, espacio en el que muchos creyentes nos dejan saciar de su pluma y de su fe. En ella se ha realizado toda una campaña para reconocer y valorar a quienes con su ejemplo de vida, dan muestra de un amor inexplicable, de un amor que se desborda sin medida por hacernos llegar el mensaje de Jesús y mantenerlo vivo.
Un ejemplo de vida es la que yo veo en “Un ángel que camina sobre ruedas”, en Padre Edwin, fiel amante de su Creador, apropósito el seudónimo es otro enigma por resolver. ¡Es verdad!, es un ángel que infunden en cada creyente esa voz de calma en la tempestad; es él quien hace posible que los tormentosos barullos del día a día, del cansancio, del ajetreo laboral y el conflicto social se detengan y nos permitan escuchar la tenue y melodiosa voz, que con ansias locas, nos buscan sin cesar, es el palabra del Redentor la que sale de su interior, y nos la contagian con amor.
Yo creo, a veces, que este ángel, conoce nuestro entorno y sabe que es como ese laberinto cargado de soberbia y de hedonismo que cada día pretende y muchas veces logra apartarnos de Dios. Este es su don especial, pues a través de él Dios nos transmite y nos hace percibirle con una voz que, aunque sea leve, estremece todo corazón dispuesto a escucharle y recibirle. Aquella voz puede parecer lejana, y aunque no queramos darnos cuenta, la escuchamos, en mi caso, en la escuela, en la parroquia, en la confesión, en el consejo, en la asesoría espiritual. Esa voz grácil, es la voz del sacerdote, y por ende de Dios.
El sacerdote es el colaborador e instrumento de Dios. De seguro que cada uno de nosotros, según nuestra posición, edad, credo, juzgaremos a estos santos de Dios como: “la fuerte llamada a la conciencia” o “el evaluador del camino elegido” , por ello puede que le temamos, le miremos de lejos, etc. como a veces me ha pasado. Aunque sintamos incomodidad ante su presencia y nos resulte paradójico, es una alegría tenerlo cerca. Ya que Él nos recuerda la presencia sobrenatural de Jesús y si tiene un carisma especial, ni hablar.
El sacerdote es quien nos invita a convertir nuestra vida. Así lo ilustra el Santo Padre Benedicto XVI, al comienzo de este Año Sacerdotal, tomó la frase, dura o no, del Cura de Ars: “Dejad una parroquia veinte años sin sacerdote y adorarán a las bestias. El sacerdote no es sacerdote para sí mismo, sino para ustedes”. ¡Qué verdad más grande es ésta! Sin duda su presencia nos invita a no perdernos del todo en los ajetreos estresantes del mundo. Sí lo dijera yo, convertirse no es fácil, pero tampoco es imposible, como de seguro respondería nuestro insigne sacerdote, Edwin.
El sacerdote es el grano de trigo del cual se habla en el Evangelio. Que ninguno sea sordo a esta llamada…
Por experiencia propia os digo: cada encuentro con un sacerdote puede estar lleno de significado, de un nuevo comienzo, de un nuevo propósito en la fe y de la alegría de sentirnos parte de la Iglesia y de volver con la conciencia tranquila. No dejemos que nuestro ser se llene de barullos, es todo lo que a veces encontramos en el mundo, y nos distrae, nos aleja, nos confunde. El corazón de todo hombre tiene necesidad de escuchar esa melodía divina a la que somos invitados a participar por medio del sacerdote. Él nos recuerda que nuestra vida tiene un fin más alto, más sublime, más espiritual: Dios mismo.
Antes, hace unos días leí un artículo muy interesante en Catolinet, espacio en el que muchos creyentes nos dejan saciar de su pluma y de su fe. En ella se ha realizado toda una campaña para reconocer y valorar a quienes con su ejemplo de vida, dan muestra de un amor inexplicable, de un amor que se desborda sin medida por hacernos llegar el mensaje de Jesús y mantenerlo vivo.
Un ejemplo de vida es la que yo veo en “Un ángel que camina sobre ruedas”, en Padre Edwin, fiel amante de su Creador, apropósito el seudónimo es otro enigma por resolver. ¡Es verdad!, es un ángel que infunden en cada creyente esa voz de calma en la tempestad; es él quien hace posible que los tormentosos barullos del día a día, del cansancio, del ajetreo laboral y el conflicto social se detengan y nos permitan escuchar la tenue y melodiosa voz, que con ansias locas, nos buscan sin cesar, es el palabra del Redentor la que sale de su interior, y nos la contagian con amor.
Yo creo, a veces, que este ángel, conoce nuestro entorno y sabe que es como ese laberinto cargado de soberbia y de hedonismo que cada día pretende y muchas veces logra apartarnos de Dios. Este es su don especial, pues a través de él Dios nos transmite y nos hace percibirle con una voz que, aunque sea leve, estremece todo corazón dispuesto a escucharle y recibirle. Aquella voz puede parecer lejana, y aunque no queramos darnos cuenta, la escuchamos, en mi caso, en la escuela, en la parroquia, en la confesión, en el consejo, en la asesoría espiritual. Esa voz grácil, es la voz del sacerdote, y por ende de Dios.
El sacerdote es el colaborador e instrumento de Dios. De seguro que cada uno de nosotros, según nuestra posición, edad, credo, juzgaremos a estos santos de Dios como: “la fuerte llamada a la conciencia” o “el evaluador del camino elegido” , por ello puede que le temamos, le miremos de lejos, etc. como a veces me ha pasado. Aunque sintamos incomodidad ante su presencia y nos resulte paradójico, es una alegría tenerlo cerca. Ya que Él nos recuerda la presencia sobrenatural de Jesús y si tiene un carisma especial, ni hablar.
El sacerdote es quien nos invita a convertir nuestra vida. Así lo ilustra el Santo Padre Benedicto XVI, al comienzo de este Año Sacerdotal, tomó la frase, dura o no, del Cura de Ars: “Dejad una parroquia veinte años sin sacerdote y adorarán a las bestias. El sacerdote no es sacerdote para sí mismo, sino para ustedes”. ¡Qué verdad más grande es ésta! Sin duda su presencia nos invita a no perdernos del todo en los ajetreos estresantes del mundo. Sí lo dijera yo, convertirse no es fácil, pero tampoco es imposible, como de seguro respondería nuestro insigne sacerdote, Edwin.
El sacerdote es el grano de trigo del cual se habla en el Evangelio. Que ninguno sea sordo a esta llamada…
Por experiencia propia os digo: cada encuentro con un sacerdote puede estar lleno de significado, de un nuevo comienzo, de un nuevo propósito en la fe y de la alegría de sentirnos parte de la Iglesia y de volver con la conciencia tranquila. No dejemos que nuestro ser se llene de barullos, es todo lo que a veces encontramos en el mundo, y nos distrae, nos aleja, nos confunde. El corazón de todo hombre tiene necesidad de escuchar esa melodía divina a la que somos invitados a participar por medio del sacerdote. Él nos recuerda que nuestra vida tiene un fin más alto, más sublime, más espiritual: Dios mismo.
Me viene a la memoria aquel texto en el que bien señala el Cardenal Cláudio Hummes, Arzobispo Emérito de San Pablo Prefecto de la Congregación para el Clero: Por esto, el Presbítero debe permanecer fiel a Cristo y fiel a la comunidad; tiene necesidad de ser hombre de oración, un hombre que vive en la intimidad con el Señor. Además, tiene la necesidad de encontrar apoyo en la oración de la Iglesia y de cada cristiano. Las ovejas deben rezar por su pastor. Pero cuando el mismo Pastor se da cuenta de que su vida de oración resulta débil es entonces el momento de dirigirse al Espíritu Santo y pedir con el ánimo de un pobre. El Espíritu volverá a encender la pasión y el encanto hacia el Señor, que se encuentra siempre allí y que quiere cenar con él.
¡Feliz Día!
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