2010/04/18

Jugar para vivir

Tengo un amigo, papá de dos nenas chiquitas, que hace unos días contó en Facebook una experiencia que me pareció interesante, a su vez, compartir: dedicó un domingo a fabricar un barrilete de papel y remontarlo con sus hijitas. Publicó fotos de la aventura, y la carita de alegría de esas dos niñas no dejaba lugar a muchas interpretaciones: estaban deleitadas. Un detalle no menor es que la "empresa" había costado apenas 10 pesos (20 veces menos que las muñecas que las chiquitas habían pedido y él desestimó comprarles). Y, claro, pasarse una tarde entera con las nenas mostrando el paso a paso del barrilete y remontándolo después con ellas.

Pregunta: ¿es un tiempo que "cuesta" el que se dedica a jugar con los hijos? Si esos minutos u horas se miden con la vara de lo que la economía considera tiempo productivo -por oposición al tiempo ocioso- parecería que sí, porque supone usar el tiempo en hacer algo que no creará ninguna ganancia. Sin embargo, si eso mismo se piensa a la hora de evaluar los efectos que puede tener ese rato sobre el vínculo paterno-materno-filial y la salud integral de todos los participantes en la aventura, el tiempo destinado a una "empresa" como el juego es a todas luces una auténtica inversión. Y de las buenas: una inversión a largo plazo y con dividendos garantizados.

En su bien ponderado libro Elogio de la lentitud , el periodista canadiense Carl Honoré cita -entre muchos otros- a la investigadora Kathy Hirsh Pasek, de la Temple University, en Filadelfia, EE.UU. En 2003, Hirsh Pasek editó un libro de sugerente título: Einstein never used flash cards: how our children really learn and why they need to play more and memorize less ( Einstein jamás utilizó fichas mnemotécnicas: cómo aprenden realmente nuestros hijos y por qué necesitan jugar más y memorizar menos ). La obra fue el resultado de una investigación que negó en forma rotunda que el aprendizaje temprano y la aceleración académica mejoraran el rendimiento cerebral. "Cuando se trata de criar y educar niños, la creencia moderna de que más rápido es mejor y de que debemos hacer que cada momento «cuente» es sencillamente errónea -dice la autora-. Cuando se examinan las pruebas científicas, es evidente que los niños aprenden mejor y desarrollan una personalidad más completa si aprenden de una manera más relajada, menos estricta y apresurada."

Este "hallazgo" parece de gran ciencia y, sin embargo, es nada más y nada menos que derivado de una cualidad, bastante en desuso, llamada "sentido común". Mantener una parte de nuestra vida ligada a la posibilidad de jugar no es un pensamiento o tarea original.

Hace un tiempo, por ejemplo, conocí un grupo que se llama Cumbre de Juegos Callejeros (Cujuca), con sede en el barrio del Abasto, una inusual reunión de gente que tiene como propósito evitar que se pierdan los juegos callejeros, esos que jugábamos cuando éramos chicos: mancha, rayuela, rondas, juegos de pelota, carreras de embolsados, kermeses, fogatas...
Es cierto: la vía pública hoy no ofrece las mismas garantías que hace 30 o 40 años. Pero es seguro que todavía quedan rincones en cada uno de los barrios de la ciudad que los vecinos podrían "ocupar" para destinarlos al entretenimiento. Y eso es lo que proponen los "Cujucas" (como ellos mismos se llaman), junto a quienes caminé varias cuadras agarrada a una soga como la que usan las maestras de jardín para llevar ordenadamente a sus alumnitos, un domingo por la tarde, cantando esas canciones de mi infancia, muerta de la risa. Eramos muchos. Pocos "bien adultos", y mucha juventud. La gente nos miraba sorprendida.

Andar por la vida menos tensos, menos urgidos por metas imperativas, nos hace sentir mejor a todos. Precisamente, quienes no pueden disfrutar de estos estados son los que tienen dificultades, y no al revés. Las personas que tienen hijos (o, a falta de hijos -como es mi caso-, mascotas) deberíamos estar agradecidos por el "basta" que a menudo ellos nos imponen, con la demanda de que paremos con tanto apuro y tanto ceño fruncido y les dediquemos un rato. Un rato para ellos, un rato para nosotros mismos.

Como hizo ese amigo mío, el del inicio de esta crónica, que gastó 10 pesos y una jornada de su vida junto a sus dos hijitas, disfrutado de una tarde de sol, de cara al cielo, remontando un cometa.
La autora es subeditora de LNR

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