2008/10/02

Miserias del periodismo

La historia ha demostrado que no es necesario estudiar Periodismo para ser un buen hombre de prensa. Ahí tenemos los casos de César Hildebrandt y de Jaime Bayly, quienes siguieron Educación y Derecho en las universidades Villarreal y Católica, respectivamente. Ambos no terminaron estas carreras. ¿Para qué?

En mis clases en San Marcos recuerdo a Manuel Jesús Orbegozo criticando que no se contrataran egresados de Periodismo en los medios. Lo curioso resultó que cuando vino su hijo Erick, de España, donde estudiaba Medicina, lo primero que hizo fue contratarlo en el suplemento «El Dominical», del diario El Comercio.

Es cierto que antes no había escuelas de Periodismo. César Lévano, otro de mis profesores, tampoco pasó por aulas universitarias. En consecuencia, pienso que no es necesario llevar esta carrera en un centro superior de estudios. Lo mismo pasa con ser escritor. Eso sí, es indispensable leer mucho (literatura, en especial) y escribir. Algunos empezaron como practicantes, fueron contratados y no volvieron a las aulas, no les interesó más el título.

Llama gratamente la atención la reciente aparición de cronistas de la Universidad Peruana de Ciencias Aplicadas (UPC) con libros de reportaje, como Pedro Favarón (Caminando sobre el abismo. Vida y poesía en César Moro, 2003), Sergio Vilela (El cadete Vargas Llosa, 2003), Daniel Titinger (Dios es peruano, 2006), María Luz Díaz (Las mujeres de Haya, 2007), Juan Manuel Robles (Lima freak, 2007), Rafael Romero Tassara (La armonía de H.: Vida y obra de Luis Hernández Camarero, 2008).

Todos ellos son producto del taller de Julio Villanueva Chang, autor de Mariposas y murciélagos: crónicas y perfiles (1999), ex periodista de El Comercio y ex director de la revista Etiqueta Negra, ahora en manos de Marco Avilés, quien editó Día de visita (2007). Hay que tener en cuenta que Toño Angulo Daneri, quien fue uno de los editores de esta publicación, publicó teñido de polémica Llámalo amor, si quieres (2004). Siempre les digo a mis amigos de Literatura que hoy los mejores escritores del país se encuentran en el periodismo. Se enfadan y no lo toman seriamente.

Los primeros pasos en este oficio siempre son duros. A veces no cobras un centavo. Hay que pagar derecho de piso. Hay que recordar que el autodidacta José Carlos Mariátegui empezó en el diario La Prensa como «alcanzarrejones», luego pasó a ser ayudante del linotipista y corrector de pruebas. Años después dirigió la importante revista Amauta. Si te pica ese bichito de querer seguir en esta profesión, no piensas dejarlo por más tentaciones que tengas de irte a otro empleo mejor.

Muchos diarios están hechos con una gran cantidad de practicantes. Estos muchachos prefieren aprender algo en las salas de redacción, soportar en ciertas ocasiones el malhumor de los jefes, que estar en sus casas sin hacer nada, recibiendo reproches de sus padres por no tener empleo. Pero hay un exceso, sin duda, de estudiantes de Periodismo y eso es alarmante. ¿Adónde se irá esa multitud? ¿No es risible que tengamos como futuras bachilleres de Periodismo a las vedettes Mónica Cabrejos, Karen Dejo y Maribel Velarde? ¿Qué calidad de redacción puede ofrecer una revista que dirige Daisy Ontaneda: D’Farándula? Otro detalle: por más bueno que seas en prensa, si no sales en la tele eres un absoluto desconocido.

Volvamos a La Prensa, hoy desaparecido. Hasta hace algunos años los ex trabajadores de ese diario reclamaban en el jirón de la Unión que les paguen sus beneficios sociales. En ese sentido hay bastante maltrato a los colegas. Algunos llegan al colmo de pagar con canjes. En ciertas ocasiones he cobrado con camisas, perfumes o vales en restaurantes, cuando lo que más quería era dinero contante y sonante para cancelar mis deudas. «Que pague», señalaba un titular del diario La Primera hace unos días refiriéndose al empresario televisivo Genaro Delgado Parker. Con qué cara. Los dueños de ese periódico les deben quincenas a sus redactores y se jactan de ser defensores de los derechos sociales.

En «El intelectual barato», capítulo de El pez en el agua (1993), las memorias de Mario Vargas Llosa, se muestra cómo varios novelistas, periodistas y académicos se rinden a las dictaduras por una mejor posición económica, política o social. En el régimen de Alberto Fujimori encontramos muchos con un pasado progresista (incluso participaron en la expropiación de medios en el gobierno del general Juan Velasco en 1974) que terminaron en defensa del liberalismo más feroz.
En los diarios limeños es común leer a colegas que hace poco aplaudían las gestiones de la dictadura, lanzar ahora puyas a los fujimoristas. Estos periodistas defienden o atacan según las órdenes de los dueños de los medios de comunicación donde trabajan, quienes se acomodan a las circunstancias.

«No tengo independencia por falta de dinero. No soy Vargas Llosa», me confesó un reportero, quien se excusó así de defender a un régimen pestilente por tener hijos a quienes mantener. «No vivo en Londres», agregó, resignado, mi condiscípulo sanmarquino.
¿Y la seguridad social? Varios colegas mayores, al caer enfermos, organizan almuerzos para solventar sus gastos en clínicas. ¿Y el Colegio de Periodistas? Sigue dividido, incapaz, sin importancia. Un recibo por honorarios no dice nada. Esto es tan absurdo como tener profesores de Periodismo que jamás escriben artículos.

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