Mario Vargas Llosa, Arturo Pérez-Reverte y Javier Marías reflexionaron en La Magdalena sobre su obra, el papel del narrador y «la literatura que enseña a vivir» en la clausura de 'Lecciones y maestros'
Hubo tres asientos para un trío de ases. La sede santanderina de la universidad no podía dejar escapar la oportunidad de reunir en una misma sala al grupo de primeros espadas de la literatura. Y lo consiguió, Mario Vargas Llosa, Arturo Pérez-Reverte y Javier Marías hicieron balance de lo que han sido estos tres días de encuentros en la Torre Don Borja de Santillana del Mar. Horas hablando de la propia obra, escuchando la manera en la que los compañeros ilustraban sobre la suya y, «corrigiendo el título de lo que ha sido esta actividad - 'Lecciones y maestros'- aprendiendo del único y verdadero maestro, que es Mario Vargas Llosa», afinó Reverte. Los tres autores, conducidos por los interrogantes del periodista y también escritor Juan Cruz, reflexionaron sobre su obra, el papel del escritor y «la literatura, que enseña a vivir y revela que la vida real está mal hecha».Todos coincidieron en lo enriquecedor de estos encuentros, pero también en lo embarazoso que puede resultar una cita en este tono, en la que el escritor es sacado de su ambiente natural, «las teclas», para abordar otro que le queda un poco lejano, el comentario de la propia obra. Una situación que, tras las palabras elogiosas de Reverte, encontraron la réplica irónica del maestro Vargas Llosa: «a esto me refiero cuando hablo de la servidumbre de las humillaciones que sufre la vejez».A lo largo de las dos mágicas horas por las que se extendió el coloquio moderado hábilmente por Juan Cruz, cada literato encontró un espacio para confesar el origen de su oficio. «Aún recuerdo aquel libro de poesía erótica de Neruda, que mi madre escondía con cuidado de que no acabara en mis manos. Era un libro prohibido. Precisamente la prohibición fue el principio de la pulsión que me hizo esclavo de la literatura», recordó Vargas Llosa. El autor de 'La fiesta del chivo' reivindico la literatura como «un instrumento que enseña a vivir y prepara para distintas experiencias, al tiempo que revela que la vida es inferior a la ficción».Más reflexivo se mostró Marías, que explicó la equivocada motivación que lleva a muchos jóvenes escritores al oficio. «Antes, los que nos queríamos dedicar a esto era porque realmente lo sentíamos. Ahora parece que prima más la importancia de la figura del escritor como tal, muy bien considerado culturalmente, sobre la verdadera vocación, y el gusto por escribir libros». Quién no tenga esto «es mejor que se dedique a otra cosa, y de esta forma ayudará a liberar un poco de espacio en la mesa de novedades de las librerías», apuntilló Reverte. Los novelistas de generación «casi» compartida, hablaron de la diferente reacción que la literatura suscitó en sus vidas. «Marías y yo -afirmó Reverte- hemos crecido devorando los mismos libros, lo que nos diferenciaba eran las aspiraciones. Mientras él soñaba con describir esas historias que tanto le apasionaban, yo imaginaba convirtiéndome en su protagonista», lo que más tarde condicionaría el curso de sus carreras.Cruz se mostró incisivo e invitó a los narradores a explicar aquello que los llevaba a mantener esa pasión por lo que hacen, esa necesidad de contar historias. «En ocasiones creo que todo esto es cuestión de no encontrar otra cosa mejor con la que pasar el rato», remató agudo Reverte. Más profundo se mostró Vargas Llosa: «realmente son las historias las que permiten continuar con esto. La experiencia que aporta la ficción, mucho más ordenada, mucho más bella que la realidad que nos rodea, es lo que posibilita al escritor, y también al lector, vivir vidas ajenas, experiencias que nunca imaginaría en su propia existencia. Os hablo de esa evasión de la realidad para emocionarnos con otros mundos, aventuras y todo aquello que conforma el hermoso mundo que es la literatura. Sencillamente por eso, merece la pena», concluyó Vargas Llosa.
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