2010/01/24

El código del alma

Señor Sinay: quisiera dar un mensaje de esperanza y de aliento a un grupo de egresados que termina el polimodal en Lincoln y debe partir en su mayoría a Buenos Aires a continuar sus estudios universitarios. Quisiera poder transmitirles lo importante que es esa elección de su carrera unida a una vocación de servicio hacia el prójimo.

Constanza Lobos
Soñé desde pequeño ser médico. Al final de mi primer año en la Facultad, fallé en un examen anual, lo que no me permitía continuar con el año siguiente. A partir de allí, sufrí una gran depresión y nunca volví a ser el mismo. Hoy tengo 34 años, estoy a punto de graduarme en Ciencias Económicas y cuando veo un guardapolvo blanco, me cae un lagrimón. Siento que no soy feliz, que en definitiva mi vida es la medicina. ¿Me falta valor y coraje para volver a mi gran sueño? ¿Será posible lograrlo a esta edad?
Santiago Leza
Alguna vez, en respuesta a quien le preguntó cómo había desarrollado su vida y su carrera, Pablo Picasso respondió: "No me desarrollo, soy". Esa afirmación describe un maravilloso y complejo proceso que es parte de nuestra vida. El de convertirnos en lo que somos. "Cada persona llega al mundo con un llamamiento, una vocación", afirma James Hillman, referente de la psicología arquetípica y autor, entre otras obras, de El código del alma . La palabra latina de donde proviene vocación es vocatio (llamado). Y no alude a un llamado externo, sino a uno interior y muy profundo. A su vez, obedecer significa escuchar. Obedecer a una vocación es, entonces, escuchar un llamado que llega desde nuestra profundidad. Un llamado del alma. Cuando éste es desoído vivimos en la insatisfacción que denuncia nuestro amigo Santiago. Las razones para esa desatención pueden ser varias. A veces prevalecen voces externas (de la familia, de la sociedad, de modas, de mandatos diversos) que imponen rumbos distintos de los de la vocación. O, por algún motivo, dudamos de nuestras voces propias (que se expresan a través de la intuición, de sensaciones, de razonamientos) y nos les creemos. Puede ocurrir, entonces, que desarrollemos profesiones u oficios exitosos desde un punto de vista social o económico, pero que nos dejan existencialmente insatisfechos, con hambre de sentido.

Se suele decir que en la semilla está el árbol, y a esto aludía Picasso. Una vida plena, con sentido, es aquella en la cual la persona desarrolla lo que está en ella desde siempre. Es decir, actualiza su ser esencial. Las vocaciones no se implantan desde afuera. Conducen a la plenitud cuando se siguen y condenan a la infelicidad cuando se tuercen. Hay muchas maneras (algunas muy sutiles y basadas en argumentos tan atemorizantes o seductores como discutibles) para imponerles vocaciones a personas jóvenes. ¿Pero esto satisface al joven o al adulto del caso? ¿Quién deberá luego vivir de espaldas al llamado?

Como señala Hillman, "reconocer la vocación es un hecho fundamental de la existencia humana". Como alinear la vida con ella y saber que una vocación se confirma a través de dificultades y obstáculos. Se la puede perder, desoír o evitar, o se puede ser completamente poseído por ella. "Pero de un modo u otro -escribe Hillman- ella finalmente se impondrá y reclamará lo que es suyo." Quien escucha a su vocación, plasma su ser y, al hacerlo, descubre un sentido y encuentra un modo de vivir, actuar y vincularse que mejora el mundo. Porque las vocaciones atendidas mejoran el mundo.

Nuestra amiga Constanza se pregunta cómo acompañar a los jóvenes egresados a encontrar su vocación. Quizás debamos comenzar por no confundir vocación con profesión o carrera. Los adultos nos preocupamos por las carreras que seguirán nuestros hijos. Ayudémoslos, mejor, a definir qué clase de personas serán, con qué valores construirán sus vidas, transmitámosles ejemplos en esa línea, y, sin dudas, la profesión (o la actividad) que ellos adopten será consecuencia de una vida elegida.
De:Sergio Sinay

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