Me cuentan que en un programa de televisión una chica ha dicho que se lleva muy bien con su madre y que sigue sus consejos. El presentador del programa le pregunta cuál es el último consejo que le ha dado la madre, y la chica responde: «Lee un libro».Quizá alguien quisiera saber qué libro. Esto me parece mucho menos importante que este «lee un libro». Y creo que tal vez la chica no tenía la costumbre de leer; quién sabe si había leído algún libro alguna vez. Una encuesta decía, hace ya años, que en el 49% de los hogares de Barcelona solo podían encontrarse los libros de la escuela.
Ninguno que hubiera sido elegido por gusto o por interés. Espero que la situación haya mejorado.El caso del que hablo me permite imaginar que el consejo de la madre era genérico. Sencillamente, recomendaba a la chica que hiciera ese experimento: leer un libro. Cualquier libro, para saber qué resultados daba la novedad.
Si prescindimos de grandes y concretos best-sellers que impulsan y condicionan la compra de libros a los lectores –no lo digo como crítica, pueden ser buenas lecturas–, lo interesante es qué libro, entre tantos miles, elige un lector y por qué. A veces, alguien entra en una librería y pide un título determinado. Se lo ha recomendado un amigo, ha leído en el periódico una crítica o la información de que ha salido un nuevo libro de un autor que ya conoce.Pero pienso en el ciudadano que se mueve por una librería sin referencias. Que va paseando lentamente entre los mostradores, mira y remira, coge un volumen porque el título le atrae, o quizá la ilustración, y lee lo que dice el texto de la contraportada, o la nota biográfica del autor. Y luego deja el volumen donde estaba y, un poco más allá, se detiene ante otro tomo y también lo examina. A menudo he visto a futuros clientes dubitativos, y lo entiendo.
¿Por qué este libro y no ese?«Lee un libro», ha aconsejado la madre a la hija. Los escritores tenemos que maravillarnos de que, entre tantos miles de libros, un visitante de la librería decida comprar el nuestro. Visitar una librería es, para los autores, un ejercicio de modestia. Además, es un reducto de democracia. Cada comprador elige –vota– lo que quiere.La madre de esa chica tenía razón. Compra un libro, da igual; tú misma. El caso es leer. Plinio el Viejo dijo hace mucho tiempo: «No hay ningún libro tan malo que no tenga algo útil».
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