En una misa de Consagración al Sagrado Corazón de Jesús.
Es verdad que cuando las experiencias se viven o se ven de cerca impactan más. Ciertos fenómenos o realidades son inmediatos en su cognición y comprensión. Pero, otros llevan cierto misterio que no es fácil desentrañar. Una vez más se suscita en mí un cuestionamiento inexplicable, valga la redundancia, pues todo cuestionamiento lleva a la búsqueda de “algo”, y este enigma al que me refiero es el sufrimiento, es el dolor físico, de mi gran amigo P. Edwin. Espero no se enoje. Trato de encontrar algunas respuestas, pero hay en él una promesa de vida tan “fantástica”, que con solo contemplarlo, diría que: la fortaleza humana en compañía de la FORTALEZA DIVINA es ininteligible. Y por esa bendita bala que parece posarse con una placidez sin nombre en su médula, intuyo es como el punzón que le genera toda calma que el mundo desea. Ello es estoico, sí que lo es. ¿Y de dónde puede aflorar tanto estoicismo?, antes, ver bien, que me refiero al dominio sobre la propia sensibilidad, a la fortaleza.
Me atrevo a decir que, todo católico sabe que desde tiempos remotos, desde nuestros primeros padres, Adán y Eva, el hombre ha pretendido aniquilar el sufrimiento de cualquier manera. Es un misterio para todos, excepto para los santos de Dios, y creo que también para P. Edwin, aunque hasta el momento, cada vez que le comento, solo esboza una tenue sonrisa y una pensativa mirada, ¡parece saberlo! como todo abate, pero calla. Con respecto al sufrimiento la Sagrada Escritura nos dice que los Profetas lo entendieron como una llamada de Dios al arrepentimiento. Los Apóstoles lo vieron como parte del “feliz privilegio” de imitar a Jesús. Y como sabemos, los hombres de hoy ven el sufrimiento como un mal e intentan evitarlo, pero el dolor va con todos por donde quiera que vayan. No quisiera ahondar en el dolor de mi amigo, pero a la luz del hecho me parece que Jesús hace de él su Gran Privilegio.
El Padre Celestial escogió el sufrimiento para su siervo y buen hijo, Edwin, en plena juventud, una juventud en la que le está pidiendo la entrega de todo su amor a través de su dolor. Verdad universal: Dios es Amor, y en nuestro querido sacerdote su sufrimiento aumenta el amor a Dios. Dios quiere compartirse a sí mismo con nuestro amigo y con todos nosotros aquí y en la eternidad, porque los sufrimientos de esta vida no solo hacen que seamos más semejantes a Jesús, sino que nos separan de las cosas de este mundo.
La enseñanza que extraigo, en esta ocasión, después de una breve charla con él y tras su nueva recuperación es que: todo sufrimiento abre nuestras almas para que Dios pueda actuar y trabajar en ellas. Nuestro grado de gloria y nuestra capacidad de amar por toda la eternidad dependerá de nuestro estado de gracia. No perdamos la fe, Jesús sabía de antemano que una vez que el Hijo del Padre, sufra, lloré y fuera elevado sobre la Cruz, todos los hombres de fe adquirirían la fuerza para soportar los sufrimientos, que el Padre permitiría en sus vidas. Jesús quiso que conociera y diera fe de esa fuerza, a través de este joven sacerdote que resiste constantemente ante el indolente dolor que con sus afables látigos vapulea.
En estas líneas me dirijo a mi gran amigo, aprovechando el texto, porque muchas veces en los diálogos las palabras no aparecen o se van, y el aliento para soportar es vital, para que con amor en medio del dolor nos ayude a entender que el sufrimiento y el dolor acrecientan el amor a Dios. Según las Santas Escrituras, Jesús sabía que el sufrimiento no estaría ausente en la vida de ningún hombre antes de su Resurrección y se aseguró de que entendiéramos cuál sería el papel del sufrimiento en nuestras vidas. En los Evangelios, nos dice que vendrán sufrimientos, dolores y persecuciones y nos solicita estar dispuestos a aceptarlos con alegría. Él llamó benditos a cuantos sufrieron y vencieron sus debilidades naturales. Él prometió el Cielo a quienes sufrieran pobreza, dolor interior y exterior. A los que prefirieron a Dios antes que a ellos mismos, les prometió la unión con el Padre. A los que pusieran sus susceptibilidades y resentimientos a un lado para perdonar, les prometió misericordia. A los que lucharan por la paz, les prometió la filiación divina, y a aquellos que sufrieran por amor a Él, les prometió la alegría.
Me atrevo a decir que, todo católico sabe que desde tiempos remotos, desde nuestros primeros padres, Adán y Eva, el hombre ha pretendido aniquilar el sufrimiento de cualquier manera. Es un misterio para todos, excepto para los santos de Dios, y creo que también para P. Edwin, aunque hasta el momento, cada vez que le comento, solo esboza una tenue sonrisa y una pensativa mirada, ¡parece saberlo! como todo abate, pero calla. Con respecto al sufrimiento la Sagrada Escritura nos dice que los Profetas lo entendieron como una llamada de Dios al arrepentimiento. Los Apóstoles lo vieron como parte del “feliz privilegio” de imitar a Jesús. Y como sabemos, los hombres de hoy ven el sufrimiento como un mal e intentan evitarlo, pero el dolor va con todos por donde quiera que vayan. No quisiera ahondar en el dolor de mi amigo, pero a la luz del hecho me parece que Jesús hace de él su Gran Privilegio.
El Padre Celestial escogió el sufrimiento para su siervo y buen hijo, Edwin, en plena juventud, una juventud en la que le está pidiendo la entrega de todo su amor a través de su dolor. Verdad universal: Dios es Amor, y en nuestro querido sacerdote su sufrimiento aumenta el amor a Dios. Dios quiere compartirse a sí mismo con nuestro amigo y con todos nosotros aquí y en la eternidad, porque los sufrimientos de esta vida no solo hacen que seamos más semejantes a Jesús, sino que nos separan de las cosas de este mundo.
La enseñanza que extraigo, en esta ocasión, después de una breve charla con él y tras su nueva recuperación es que: todo sufrimiento abre nuestras almas para que Dios pueda actuar y trabajar en ellas. Nuestro grado de gloria y nuestra capacidad de amar por toda la eternidad dependerá de nuestro estado de gracia. No perdamos la fe, Jesús sabía de antemano que una vez que el Hijo del Padre, sufra, lloré y fuera elevado sobre la Cruz, todos los hombres de fe adquirirían la fuerza para soportar los sufrimientos, que el Padre permitiría en sus vidas. Jesús quiso que conociera y diera fe de esa fuerza, a través de este joven sacerdote que resiste constantemente ante el indolente dolor que con sus afables látigos vapulea.
En estas líneas me dirijo a mi gran amigo, aprovechando el texto, porque muchas veces en los diálogos las palabras no aparecen o se van, y el aliento para soportar es vital, para que con amor en medio del dolor nos ayude a entender que el sufrimiento y el dolor acrecientan el amor a Dios. Según las Santas Escrituras, Jesús sabía que el sufrimiento no estaría ausente en la vida de ningún hombre antes de su Resurrección y se aseguró de que entendiéramos cuál sería el papel del sufrimiento en nuestras vidas. En los Evangelios, nos dice que vendrán sufrimientos, dolores y persecuciones y nos solicita estar dispuestos a aceptarlos con alegría. Él llamó benditos a cuantos sufrieron y vencieron sus debilidades naturales. Él prometió el Cielo a quienes sufrieran pobreza, dolor interior y exterior. A los que prefirieron a Dios antes que a ellos mismos, les prometió la unión con el Padre. A los que pusieran sus susceptibilidades y resentimientos a un lado para perdonar, les prometió misericordia. A los que lucharan por la paz, les prometió la filiación divina, y a aquellos que sufrieran por amor a Él, les prometió la alegría.
Entiendo y sé que solo me aproximo a dar alguna respuesta, porque es infinito lo que tenemos por conocer y comprender. Apropósito, un día me dijeron que el hombre es pequeño en la inmensidad de la creación y que su inteligencia no alcanzaría a comprenderla, pues llevan razón... Por tal razón, el sufrimiento de Jesús era necesario, para comprenderlo, en la medida de nuestro entendimiento y llegar amarlo; por ello, debemos aprender a llevar los sufrimientos porque en ese dolor Él nos manifiesta su amor. Sí, es posible pensar que su propio sufrimiento hubiera sido lo bastante poderoso para aniquilar el sufrimiento de la faz de la tierra y no tener que pasar ese tramo de la vida, pero Él no optó por este camino. Escogió seguir permitiendo el sufrimiento y hacerse Él mismo el ejemplo para todos. Es gracias a que Jesús sufrió y a que nosotros unimos nuestro dolor al suyo que este sufrimiento nos transforma y nos cambia. Él sufre cuando nosotros sufrimos. ¡Ánimo, amigo!. Dios está siempre contigo. Grande es su amor cuando te eligió para acompañarlo y mayor es su señal para que a través de ti entendamos su infinita misericordia, su poder y su gloria.
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